Que un cliente entre en un establecimiento, online o físico, y compre un producto es la mejor noticia que puede tener un vendedor. Sin embargo, esta utopía no siempre se cumple y pueden pasar meses hasta que un artículo tiene salida y si finalmente la tiene, puede volver a la tienda porque está averiado o se ha visto dañado en el proceso de envío, o simplemente no ha cumplido las expectativas. Los llamados productos no vendidos son uno de los grandes quebraderos.
Y es que gestionar las devoluciones o los productos no vendidos es un desafío para toda la industria minorista. Encontrar un equilibrio entre lo no vendido o las devoluciones y la rentabilidad del negocio no es sencillo. Mucho menos en el ámbito tecnológico, donde la obsolescencia programada y las modas juegan un papel fundamental a la hora de conseguir posicionar un producto entre los consumidores.
A los costes de logística que se generan en una tienda online per se, hay que añadir estos importes relacionados con los productos no vendidos o defectuosos. Lo que genera no solo el coste propio de la gestión sino también el del almacenamiento. Por ello, muchos vendedores deciden que es más rentable tirar artículos que guardarlos.
En el caso de Amazon, por ejemplo, el gigante de las ventas online destruye miles de productos al día. Ya sea porque han sido devueltos o están dañados, a la corporación le sale más rentable tirarlos a la basura que intentar arreglarlos o devolverlos a los fabricantes de origen. Una alternativa que vemos repetida en muchos otros casos donde no merece la pena almacenar o revender productos tecnológicos pasados en pro de otros nuevos.
Los desechos tecnológicos cada día son más abultados. Para este año se espera que se generen 57 millones de toneladas en todo el mundo de basura electrónica, según el Foro de Gestión de
Residuos de Equipos Electrónicos y Eléctricos (WEEE). La cifra superaría el peso de la Gran Muralla China. Un montante que no cesa de crecer y que supone un desafio más para nuestro Planeta.
Aunque cada vez vemos más iniciativas para impulsar la economía circular y el negocio alrededor de la tecnología reacondicionada sigue creciendo, vemos que paralelamente cada vez hay más tecnología que gestionar y por tanto, que se desecha.
Para intentar paliar esta situación, en la UE ya se han ido tomando medidas. Garantizar que los dispositivos tengan piezas de recambio durante, al menos, 10 años, promover garantías más extensas en el tiempo u obligar a los vendedores a proveer de sistemas de reciclado de electrónica son algunas de estas iniciativas. Sin embargo, de poco sirven estas normativas si al final las grandes figuras siguen desechando sin control.