Si con Windows 7 resultaba lógico instar a migrar hacia Windows 10, con Windows Server 2008 las cosas no son tan sencillas. En primer lugar, porque a diferencia de Windows 7, Windows Server 2008 sigue manteniendo una gran base instalada. Tanta, que según Carbonite, uno de los partners de referencia de Microsoft en el segmento del almacenamiento de datos, actualmente más del 60% de los Windows Server del mercado corren sobre Windows Server 2008.
Hay dos motivos que lo justifican. En primer lugar, hay muchas empresas que utilizan funciones que son propias y exclusivas de Windows Server 2008 y no se han replicado después. En segundo término hay otras que dependen de aplicaciones que solo son compatibles con ese sistema operativo. En ambos casos, la actualización a una nueva versión no es sencilla, especialmente cuando determinadas aplicaciones dependen de otras.
Por otro lado, también hay un problema de base: Server 2008 se basa en el mismo código fuente que se utilizó en el desarrollo de Windows Vista, con todo lo que ello implica. Sin embargo, tanto Windows Server 2016 como Windows Server 2019 están basados en el núcleo de Windows 10. Esto implica que las las aplicaciones que tengan una fuerte dependencia del sistema operativo van a ser difíciles de mover, ya que las bases de ambos son bastante diferentes.
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