En la era de la digilitalización, las empresas cada vez tienen más claro que deben almacenar la información para su propio beneficio. De esa tendencia surgió la necesidad de analizar y gestionar todos esos datos convertida en Big Data. Sin embargo, hace falta mucho más para poder separar la paja del grano y conseguir que estas tecnologías tenga un retorno de inversión.
La bajada de los precios en el almacenamiento, motivado por la democratización cada vez más presente del cloud, ha conseguido que las organizaciones estén más abiertas a guardar datos de todo tipo. Tener documentos con informes, tablas con referencias de clientes o proveedores, o incluso albergar miles de conversaciones empresariales es cada vez más común. Un almacenaje que puede provocar más inconvenientes que ventajas, si no se gestiona debidamente.
Mucho se ha hablado de la potencia de los datos. Si bien es cierto que estos pueden ser el «oro del siglo XXI», también se pueden convertir en una debilidad cuando se tienen en exceso. La marabunta de información puede dar lugar a un ruido superior a la rentabilidad de esa información. Y ese puede ser un grave problema.
Siempre que se almacenan datos se genera ruido. Eso es prácticamente imposible de remediar. Sin embargo, a medida que se obtienen más información, el nivel de interferencias puede ser mayor. Muchos más si esta información proviene de diferentes fuentes que se aprovisionan en localizaciones desiguales.
No vale con almacenar, hay que interrelacionar
Basta un ejemplo para entender esta realidad. Una empresa habla con un posible cliente a través de su página de LinkedIn. Este interactua posteriormente con un comercial que a su vez le envía a una referencia a través de email. El cliente utiliza el teléfono para resolver algunas dudas para después ir a la compañía a cerrar el contrato. En todo este proceso ha habido diferentes informaciones suministradas por vías distintas. Todas igualmente importantes internamente pero que al ser almacenado de forma diversa ha generado el temido ruido.
Por supuesto, acabar con ese ruido es posible. Gestionar la información no es suficiente para ello. Hay que ir un paso más allá aportando esa inteligencia necesaria para conseguir aglutinar todos esas entradas y correlacionarlo para que tenga sentido y, sobre todo, sea beneficioso. Y es ahí donde está la verdadera magia.
El Big Data, entendido como el procesamiento de gran volumen de datos, es ya un paso que se queda corto. La necesidad de añadir inteligencia e interralacionar información es cada vez más apremiante. De ahí que el Business Intelligence apoyado también en la Inteligencia Artificial y el Machine Learning sean conceptos de lo más sonados.
La industria está virando rápidamente hacia estas tecnologías. Soluciones muy incipientes que son la antesala de lo que está por venir. Opciones que nos presentan un futuro que ayudará a las empresas a separar, clasificar y combinar información con garantías.
Llegados a este punto, el papel del científico de datos es cada vez más relevante para integrar estas tecnologías. Aunque algunas empresas han optado por integrarlo dentro de su estructura siendo así uno de los perfiles tecnológicos más demandados, muchas empresas no quieren o no se pueden permitir esta inversión. Es por ello que en estos casos el partner TI se convierte en una pieza imprescindible.
Aunque llevamos mucho tiempo hablando de Big Data y analítica, algunos estudios apunta a que solo el 20% de las compañías están adoptando medidas para este análisis. Un porcentaje que gracias al canal está creciendo paulatinamente, consiguiendo en España crecimientos entorno al 6% durante el pasado 2017.
Y es que la gestión de datos y la analítica es una oportunidad que crece sin parar para el canal. No obstante, solo se convertirá en negocio real si estos partners son capaces de amoldarse a la figura que se reclama. Ese experto en datos que es capaz de separar el ruido y concretarse en aquella información que realmente aporte valor a sus clientes. Solo así conseguirá ser una referencia para llevar los datos más allá.
Imagen | Fabrice Villard