En los últimos meses ha retornado con fuerza la problemática de la obsolescencia programada o planificada en tecnología. La industria lo niega, pero consumidores y analistas aseguran que existe ante la certeza de que los productos electrónicos no duran tanto como antes y ejemplos que van llegando a los medios. El último, las prácticas de Apple al ralentizar el rendimiento de iPhones antiguos y las sospechas de que otros fabricantes realizan pautas similares.
Para ponernos en situación, explicar que la obsolescencia programada sería una técnica por la que un fabricante estudiaría y calcularía un tiempo de vida limitado de un producto electrónico o componente y lo desarrollaría bajo ese parámetro temporal. Cumplido el plazo programado, el equipo caería en desuso al mostrar un rendimiento insuficiente en comparación con los modelos actuales, tendría averías y el gran coste de la reparación o la imposibilidad de hacerlo, obligaría a comprar uno nuevo. O simplemente reduciría sus actualizaciones de software, un método aún más sencillo de aplicar esta presunta obsolescencia programada.
En definitiva, el producto electrónico quedaría obsoleto, no funcional, inútil o inservible en un tiempo determinado por el fabricante. Los críticos explican que el objetivo no sería otro que vender nuevos modelos y seguir la cadena en una consecuencia de la manera de funcionar de la industria actual provocando un gasto innecesario y -de paso- un gravísimo problema de basura electrónica y tratamiento de recursos.
Las demandas contra los fabricantes por estas presuntas prácticas se están acumulando y organismos como el Parlamento europeo pretenden tomar el toro por los cuernos y hace unos meses pidió a la Comisión, a los Estados miembros y a los productores la adopción de medidas para garantizar que los consumidores disfrutaran de productos durables y de alta calidad que pudieran ser reparados y mejorados e incentivos fiscales para productos que apuesten por la durabilidad.
¿Estarían dispuestos los consumidores españoles a pagar más por un producto de mayor vida útil?
A este respecto, nos ha llamado la atención el estudio de la consultora Deloitte nombrado por la plataforma especializada en el aparatos eléctricos y electrónicos reacondicionados, Back Market, donde aseguran que el 60% de los consumidores consideran el consumo sostenible de los teléfonos móviles y estarían dispuestos a pagar más por un smartphone sin obsolescencia programada.
«Incluso cuando deja de funcionar prefieren reparar el suyo o adquirir un móvil que ha sido reacondicionado, antes que comprar uno nuevo», indica el CEO de Back Market, Thibaud de Larauze, en un comunicado.
Todo ello no debe limitar las posibilidades de negocio para el fabricante y canal tecnológico, porque se pueden cobrar ampliaciones del periodo legal de garantías, mantenimientos, actualizaciones de software y todo tipo de servicios manteniendo el hardware, facilitando su reparación y/o la actualización progresiva de componentes.
En nuestra opinión, la industria debe reaccionar porque además de la pérdida de imagen de marca y las demandas, el consumidor terminará reaccionando a estas prácticas aplicando prácticas de consumo responsable y terminando con un ciclo (en el caso de smartphones de reemplazo rápido) de difícil sustento en el mercado actual.